Háblenos de Danny Torrance, el niño de ‘El resplandor’, que ahora vuelve en
‘Doctor Sueño’. Al final de El
resplandor, era 1977, Danny tenía cuatro o cinco años, porque escribí la novela
en 1976, durante el bicentenario, cuando era presidente Ford. Al principio de
Doctor Sueño tiene ocho años. Durante 33 años, ese niño ha estado en mi cabeza.
Me preguntaba qué sería de él, si seguiría o no manteniendo ese talento, el
resplandor de leer los pensamientos de la gente. Creció en una familia
terrible. Su madre malherida sobrevivió de milagro a la paliza de la mesa del
comedor, y el padre, Jack, era alcohólico, como yo… Sabía que Danny debía
seguir estando rabioso con el mundo, porque su padre era un canalla que abusaba
de ellos. La rabia es el centro del libro, de Jack a Danny hay una generación
marcada por la rabia.
¿Usted bebía mucho entonces? Cuando escribí la novela, muchísimo. Pero ya sabe,
los escritores tenemos que hablar de lo que conocemos.
¿Qué tomaba? Tomaba mucha cerveza.
Eso no es tan duro… Es que me tomaba una caja diaria, 24 o 25 latas…
¿Con otras sustancias? No en ese momento. Luego sí, tomé todo lo que pueda imaginarse. Cocaína,
Valium, Xanax, lejía, jarabe para la tos… Digamos que era multitoxicómano. Lo
malo es que entonces no había programas de ayuda, e hice de Jack un alcohólico
peor que yo. Se intentaba curar la adicción por las bravas y era peor. Ahora he
intentado equilibrar eso en Doctor Sueño pensando qué habría pasado si Jack
hubiera tenido ayuda. Así que metí a Danny en Alcohólicos Anónimos.
Aquella novela supuso que le etiquetaran como un narrador de historias de
terror. ¿Le molestó? La gente, y sobre todo los críticos y los editores, adoran las etiquetas,
les gusta meter en jaulas a los autores, ponerles en una carpeta. Para los
editores es como vender comida: este escritor os dará judías verdes; este,
terror; este, chocolate. No me parece mal. Cuando salió Carrie, tenía dos
novelas más escritas, y le pregunté al editor en Nueva York cuál prefería, una
de un secuestro más literaria, Blaze, u otra de terror, Salem’s lot. Y él me
dijo: “La segunda será un best seller, pero si sacamos la de terror, te
encasillarán”. Y yo le dije: “Me importa un carajo si paga la cuenta del
supermercado. Mi mujer me llama cariño; mis hijos, papá; mis nietos, abuelito,
y yo me llamo Steve. Me da igual cómo me llamen los demás”.